Maravillosas
visiones e imágenes.
En compañía de
amigos y familiares, visito un gran castillo, lujoso y antiguo, como flotante
en medio de las aguas, con una altísima torre presidiendo el conjunto, parecida
al Belfort o campanario de Brujas. La fortaleza tiene tres partes o estadios.
En la primera, antes de entrar, hay un foso o laguna natural donde el agua es
fría, cristalina y henchida de colores palpitantes, por las piedras, conchas y
caracolas que bullen bajo su superficie.
El segundo estadio
son las aguas que hay en el interior del castillo, ya que parece estar medio
hundido. Allí predomina la penumbra y el misterio; es como explorar un gran
crucero o galeón hundido.
Y para acceder al
tercer estadio hay que coger una barca y cruzar un canal interno, bajo un arco
que nos da la bienvenida. Subo a una de estas barcas con mi padre, mientras el
resto de gente del grupo hace lo propio y va embarcando. Las barcas rodean la
fortaleza y llegan hasta el otro lado o fachada, donde se extiende el lago más
grande y esplendoroso, esta vez de aguas cálidas, como termales. Por ejemplo,
de repente, el paisaje empieza a vestirse de distintas luces y cromatismos.
Oscurece, y, todo el castillo, con su gran torre central y dos torres
flanqueándolo, se ilumina con un fulgor blanco, perlino o plateado. La imagen
me sobrecoge.
Por las aguas del
castillo también menudean seres fantásticos, como bellas sirenas a las que de
vez en cuando encuentro en mi buceo lúdico y explorador.
Más tarde, vuelvo al
primer estadio para hacer de nuevo el recorrido, esta vez en solitario y sin
barca, únicamente a nado. Entro en las aguas oscuras del castillo y descubro
unas pequeñas estancias y cuevas donde entran los rayos del sol e iluminan piedras de colores de una intensidad maravillosa, que aún recuerdo al despertar:
una gran piedra alargada y redondeada, como de río, de un rojo rutilante; otra
también roja, de silueta más cuadrada y chata, con gradaciones de color como
una concha, u otras de colores más azulados. A través de una rendija o ventana
también se ven tonalidades rojizas y carmesíes muy intensas, y lo asocio a una
mujer.
Recojo algunas de las piedras para atesorarlas y mostrarlas a los demás,
incluso con la remota esperanza de conservarlas al despertar, ya que soy
consciente de que estoy soñando. Regreso a la orilla de la entrada y dejo los
prodigiosos minerales sobre la playa.
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